Mario o Carlos Castellanos Alcázar es un periodista oaxaqueño reconocido por su teoría en conocimientos adquiridos desde hace 40 años, reportero de Diarios locales y corresponsal de Medios nacionales, autor de la columna “Arena Política” con título de la Secretaría de Educación Pública- SEP- Maestro de Educación Primaria, analista de temas políticos, económicos y sociales.
Desde la época prehispánica hasta nuestros días, la celebración remota de los mexicas se ha convertido en el culto más solemne a los fieles difuntos, que según la cronología histórica es la fiesta espiritual más emblemática que le da valor cultural a los mexicanos.
Dicha celebración, que se realiza los días uno y dos de noviembre ha tenido sus variaciones fundadas desde su origen en México; según la historia, surge de la época prehispánica, así, los mexicas tenían varios periodos en el año para la celebración de sus muertos, al término de la cosecha, entre los meses de septiembre y noviembre.
Luego, la sociedad Azteca creía que la vida continuaba en el más allá- y por consiguiente, los difuntos tenían 4 destinos, según la forma de morir, pero en fin, todo forma parte de una cultura, que hasta hoy se tiene tan arraigada, que nadie puede resistir a dicha celebración, dependiendo de las culturas indígenas y medios civilizados.
Se trata de una fiesta del alma, que nace de espíritu de cada uno de los devotos. Todos quieren recibir a sus fieles difuntos a quienes les abren las puertas, ventanas y toda rendija para que entren al altar, incluso, les marcan el camino y prenden las luces para que lleguen sin el menor obstáculo.
Por eso, es el festín más elocuente, la instalación de un aromático y emblemático altar de flores perfumadas, con velas, veladoras e incienso para que los difuntos perciban la entrada a sus hogares en donde pasaron con sus familiares el tiempo de su existencia.
Los atrae el aroma de las flores, pero también, el vivo color amarillo de las flores de cempasúchil, el rico sabor del pan de “ muerto”, el mole, el chocolate, el mezcalito, las cervezas, las frutas, los tamales, las cañas, las calaveras de azúcar, arreglos, que previamente se colocan en los llamativos altares de la vida eterna.
Y sus seres reciben a sus difuntos con gran expectación, gustosos, con el alma y el corazón abierto de júbilo, muchos con tristeza, con nostalgia, con llanto, con vehemencia, como que no quisieran que regresen al reino del Señor, que todo lo puede y todo lo hace con amor a la divinidad.
No faltan las comparsas, las bandas de música, los versos picarescos, los disfraces, toda una festividad, que se repite por más tiempo, según las creencias, no solo el uno y dos de noviembre, sino, por ocho o 15 días con celebraciones en los panteones en tiempos normales, aunque en esta crisis de la pandemia del covid 19 esta celebración se ha restringido por las autoridades sanitarias para evitar mayores contagios.
Por todo esto, la celebración del Día de Muertos es una maravilla y solemnidad cristiana, que tiene su origen a mediados del siglo IX cuando el Papa Gerónimo IV decidió extender la celebración a toda la iglesia católica para conmemorar a todos los difuntos, que superando el purgatorio se habían santificado, pasando a la vida eterna en presencia de dios.
Por cierto, cada familia celebra humildemente o suntuosamente a sus difuntos, de acuerdo a sus posibilidades y costumbres, o bien influyen, los sentimientos; cabe que en la familia Castellanos Alcázar, estamos de luto por la partida de nuestros seres queridos: Herminio Castellanos y Paula Alcázar, nuestros padres-
También se nos adelantó, nuestro hermano, Gerardo Castellanos Alcázar y esposa Ciria Jiménez, los más recientes, a quienes guardamos honor y pleitesía, respetamos sus memorias y rogamos por su eterno descanso, a quienes estamos celebrando en la misma sintonía en esta celebración del Día de Muertos.
La familia Castellanos, guardamos con celo y buenos sentimientos a nuestros seres que se nos adelantaron, lo hacemos con obediencia, con amor al prójimo, con la luz de la vida, con devoción y bendiciones.
Así queremos que todos lo hagan, todos los hijos, ahora deben estar más unidos que nunca, sin temores, envidias, resentimientos, odios, excesos de ambición, ni maldiciones.
Honrar a nuestros padres es la mejor herencia, por el amor a Dios; tenemos que ser obedientes como pastores del todo poderoso, aún es tiempo de dirimir apetitos descarnados o de bienes materiales entre hermanos, que llevan la misma sangre de Cristo, para no caer en el pecado, que ensucia el alma de los progenitores.
Tengamos fe y amémonos unos a otros, lo material se esfuma , lo espiritual perdura y nos da vida saludable. Lo material nos envilece y nos lleva al purgatorio.
carloscastellanos52@hotmail.com